jueves, 13 de octubre de 2016

El Nobel

Nobel ese mismo premio que otorgaron a la Unión Europea por defender la paz y concordia.
El mismo Nobel que otorgaron a Barak Obama.
No entiendo de premios, ni tengo capacidad para decidir cual de todos los genios de entre los genios merecen obtenerlo.
Sigo a Dylan desde que cumplí 13 años, a esa edad me enamoré de la portada de Desire.
Mi hermana mayor tenía un novio que escuchaba a Dylan, Rafa, se parecía a Bruce Lee y además tenía una Bultaco, mi hermana tenía 19 años y era muy tonta, así que rompió con Rafa.
Él para reconquistarla le regalo ese disco, que era un tesoro para él.
Mi hermana no volvió a salir con Rafa y el disco acabó tirado en mi cuarto, por aquella época mi hermana sólo escuchaba a Los Pecos y ahora creo que a Julio Iglesias.
Por entonces yo hacía un par de años que tenía una cámara de 8 mm la llevaba conmigo a todas partes, grababa cualquier cosa que para mi fuera interesante (cabe decir que me interesaba todo, hasta como se movían las hojas de los árboles cuando soplaba viento).
En el instituto era la rara, nunca hablaba si no era algo imprescindible e importante, tomaba notas de todo lo que pasaba a mi alrededor, leía libros de forma compulsiva y grababa sin parar.
Había publicado varios cuentos y relatos cortos para amnistía internacional y había ganado un premio de relatos que organizaba coca-cola, llevaba la revista del instituto junto con dos chicos de Cou ( yo era de 1º de BUP) escribía los guiones radiofónicos de Radio Balear para mi amiga Chelo Bustos que a su vez quería ser locutora de radio ( hace 20 años que trabaja en la Cope)
Me decidí a escribir un guión, y con el dinero que había ganado del premio de coca-cola compré película para poder rodarlo, convencí a mis compañeros del instituto y organicé yo misma el rodaje.
El guión estaba inspirado en la portada del disco de Dylan, Desire.
El mediometraje se titulaba “Los Teutones”, el argumento iba de unos tipos muy malos, bastante nazis que querían acabar con la música y la libertad, en definitiva con el mundo.
Mi profesor de Filosofía (del que yo estaba loca y secretamente enamorada) tenía que hacer de protagonista, no me costó mucho convencerlo, en esa época yo era una empollona bastante excéntrica con la que era imposible debatir nada, ya que siempre tenía argumentos.
Accedió a hacer el papel y a vestirse igual que la famosa portada de Dylan.
Estuvimos 15 días grabando al salir de las clases por las tardes, en son Buic, una preciosa ladera en la Bonanova, llena de amapolas rojas y margaritas, con un pequeño bosque de pino y unos búnkers abandonados.
Hoy no existe nada, hace unos años construyeron un hotel de 5 estrellas y arrasaron con todo, el bosque, la ladera de margaritas y los búnkers abandonados.
El rodaje terminó cuando se me acabaron los rollos de película y mi padre se negó a darme dinero para comprar más, la película tiene 53 minutos.
No recuerdo haber pasado un día sin escuchar a Dylan. Hoy al levantarme a las 7,30h. sonaba en mi tocadiscos Union Sundown.
Me ha telefoneado, mi hijo, mi sobrino, mis mejores amigos, compañeros de trabajo, Luis Ortas el que era mi ayudante de dirección en la película del instituto, todos me han llamado cómo si el premio me lo hubieran concedido a mi, y sí, es mío, también lo siento así.
Hoy he escuchado unas frases de Lapido en un podcast de Alfonso Cardenal de la ser, decía que cuando escuchaba a Dylan creía que las canciones hablaban de él, de su vida, de sus rupturas, amores y decepciones. Y mientras escuchaba a Lapido me sentía identificada con lo que decía sentir sobre las canciones de Dylan,  yo también creía que todas sus canciones hablan de mi.
Dudo mucho que a Dylan le importe el Nobel o cualquier otro premio, pero yo desde luego si pudiera le daría todos los premios del mundo por acompañarme a lo largo de mi vida y hacerme volar con sus canciones.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Ideas fijas


Bebo con entusiasmo, con alegría, con superioridad con desprecio.
Mi cara cambia, mientras mis manos hacen girar la copa de vino lentamente.
_Él _dice Mon, indicando la mesa de fuera con la cabeza.
_Estamos hechos de una montaña de disculpas _contesto mientras lo miro.
_Ese hombre _dice Mon y sonríe.
_¿Qué más? _dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
_Cuando habla no subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona común de miedo, confusión y algunas dudas,
_Abre la boca y dispara, supongo que sabe que su sonrisa consigue hacer claudicar.
_Nos vigilábamos los pasos como animales acorralados.
_Se mueve con facilidad, pausado, suave, delicado. Me gusta como se mueve.
_Pero también se va sin contestar, ni saludar, orgulloso, con un rictus de neurosis. Y deja flotando su desdén como una nubecita. _ contesto

Mi amiga enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
_Cuéntame cualquier chiste _digo.
Se queda pensativa.
_No se me ocurren.
_¿Y tú?_pregunto.
_Lo mío es distinto _dice
_No he conseguido entablar ninguna conversación con él, parece disperso, distante, no muestra interés por nada que no sea él mismo.

Me quedo pensativa y extrañada  de que no haya mostrado interés por la biblioteca de mi amiga, una de las mejores bibliotecas de poesía americana que existen en España, cuando estoy en Cantabria muchas veces duermo en su casa, un futón en el suelo de la biblioteca es mi habitación, es algo indescriptible dormir entre las obra de  Pound, Bukowski, Carver, Whitman, Ginsberg, Elliot, William Carlos Williams, Kerouac… muchos de los libros de la biblioteca de mi amiga son primeros ejemplares o ejemplares descatalogados.
Hemos embalado parte de la biblioteca para enviar a la Universidad de Chile, el resto van a ir a la Universidad de Colorado, Kevin lo había dejado escrito en su testamento y tras su muerte Mona lo dispuso todo pera enviarlos.
Durante el verano yo misma la había ayudado a realizar el inventario.
Lo habíamos hablado varías veces, mientras estuvo vivo Kevin él no mostró interés, a pesar de que mi amiga lo había invitado en varias ocasiones a ir a La Cabaña.
_Él es huidizo, esquivo, distante _dice mi amiga.
Yo adoraba a Kevin, lo admiraba. Pienso mucho en él mientras mis dedos rozan sus libros, su biblioteca, pienso mucho en nuestra última conversación.
Nos conocimos como profesor y alumna, cuando aún era catedrático en la universidad de Alicante y yo una estudiante de Historia del Arte en la UIB.
Solía venir a Palma a dar conferencias sobre arte y poesía americana, junto con Robert Creeley y Tomás Graves, a las que yo acudía como oyente.
20 años después nos encontramos en Selaya, la situación no podía ser más surrealista.
Kevin era adorable, inteligente, elegante, culto, perspicaz, seductor.
Fue muy extraño nuestro encuentro y como coincidimos pocos días antes de su muerte.
Me encontraba en mi peor momento, quería irme de Cantabria, pensaba que no podía seguir, me asfixiaba y no tenía apenas amigos allí, me sentía muy sola.
Nos cruzamos en la plaza y  hablamos sin parar, como si tuviéramos mucho que decirnos, acabamos nuestra conversación tomando vinos en la barra de el Boliche.
Lo escuché absorta, me reconfortó escuchar a alguien a quien admiraba profundamente dándome consejos y pidiéndome que no me marchara.
Me habló de su etapa en Alicante. Había vivido allí algunos años, después recogió sus cosas para iniciar una nueva vida en Pisueña con Mon, la que iba a ser mi mejor amiga, mi hermana.

_Hacía tiempo que nadie me robaba un suspiro y él lo hizo el lunes, nos cruzamos y estaba indefenso, sin mascaras, me robó un suspiro. _contesto a mi amiga.
_Una se hace sus ideas fijas de suposiciones, se cree verdades que nadie le ha confirmado jamás.










jueves, 1 de septiembre de 2016

Nadie puede controlar los sueños que tiene

Nadie puede controlar los sueños que tiene.

Mi abuela me explicó una vez en que consiste la vida. Primero eres una niña, me dijo, después, en un segundo, estás en una cama apunto de morir y no te explicas, apenas recuerdas, qué ha pasado mientras tanto. Sólo sabes que ya se ha acabado.
La vida sería mejor si la gente se pegase de mentira como en esos espectáculos de lucha libre americana. Pero la vida no es así, lo sé. Está todo bien, pienso, aunque durante un tiempo todo el mundo pensó que no lo estaba, porque no comía, no dormía y sin embargo los médicos no encontraron ni rastro de la enfermedad que me había robado el apetito y el sueño, hasta las ganas de vivir. No era para tanto. Seguía siendo la misma de siempre, más cansada, más harta. Tal vez no necesite otra cosa, tengo mucho de todo lo demás. Imagino los brazos de un hombre alrededor de mi cuerpo y una paz que me permita dormir toda la noche, pero sé que el mundo real no tiene golpes de mentira y que los expertos no alcanzan a saber lo que se esconde dentro de todas las chicas que no sonríen ni duermen.
El médico no ha entendido nada le dije a mi madre, mi enfermedad, de haber existido, dejó de ser un problema, en cuanto crecí hasta ser lo que soy ahora, no es, ni se parece, a lo que yo quería ser. Quiero a todo el mundo, a gente de África que no conozco, a los niños pobres que no tienen nada, incluso pensé por un tiempo, más de una semana, adoptar uno. La idea perdió toda fuerza. Mis ideas pierden fuerza a menudo. Es uno de mis defectos, mis ideas se desvanecen. Imagino fiestas en las que no conozco a nadie. Presentaciones de libros que no he leído, o inauguraciones de artistas muy famosos de los que jamás he oído hablar.
Me gustan las faldas ceñidas, los zapatos de tacón, y los jugadores suplentes.
El cine que empezó siendo una parte de mi vida ha terminado por ser mi vida entera, el último reducto en el que protegerse de todas las demás confusiones.
Han muerto las distancias, las precauciones, el vértigo, el arte por el arte, el cine por el cine. Hay que sentir en el estómago, en los huesos, en el corazón.
Y el resto de mujeres, de mentira, que caminan deprisa sin saber bien adónde, entre el desamor y el taxi.
Me trae recuerdos de la gente que fui. Sin nostalgia, sin ira, imágenes nada más.
Creíamos tanto en el arte (pero creíamos de veras), no en el arte al servicio del hombre, sino en el hombre al servicio del arte.
La energía que derrochábamos no nos impedía ver la ironía implícita en la pelea. No las llamábamos películas, lo llamábamos cine.
Habría que dejar la vida tranquila, la realidad se basta sola.

lunes, 18 de julio de 2016

El objetivo

Odio el arte. Detesto rodar y escribir.
Yo lo que quería era perseguir gallinas; subirme a los árboles; espiar tras las puertas; prender fuego a las cortinas.
Me paraliza la banalidad del arte, de la vida en general.
Esa forma de andar de puntillas; de procurar no ofender a nadie; de hacer risas de todo.
El sexo como mercancía.
Esa idea ridícula de que todo el mundo tiene una razón profunda para cometer actos superfluos.
Veinte años fuera de casa. Dos décadas a la intemperie. Ten más valor. Y deja que te bese sin abrir los ojos. Y dame lo que quiero, una sola vez.
En los últimos años he conseguido sustituir la frustración por la tristeza. Es más profunda, pero menos enervante. El siguiente paso será reemplazar la tristeza por la indiferencia, mucho más plácida.
El objetivo final es convertirme en estatua y ser abandonada en un almacén.

viernes, 8 de julio de 2016

Lifeguard Sleeping

Estuve escuchando música. Viejos discos de los ochenta y noventa. Elijo Lifeguard Sleeping, de Moorrisey. Me había bebido la botella de vino, la mitad de las cervezas y un cuarto de la de whisky.

Estoy en Barcelona por razones que no termino de entender. Mi ex vive aquí desde hace unos meses; desde que me dejo en la cuneta sin una razón aparente. Supongo que fue por eso por lo que nos enamoramos: porque ninguno de los dos sabía nada de nada. Porque hacíamos las cosas así; a base de impulsos del corazón, como le gustaba decir a él.
Así que estoy en Barcelona por una semana coincidiendo con mi cumpleaños. Y esa mañana, la de mi primer día allí, estoy observando las grúas de la Sagrada Familia moviéndose lentamente, como monstruos sedados. Y suena el teléfono y es mi ex que quiere felicitarme. Le doy las gracias y sigo bebiendo de mi lata de cerveza mientras las grúas desplazan su carga a ciento cincuenta metros de altura.
-Estoy en Barcelona -le digo-. Podríamos vernos, si te apetece.
.Claro -dice él-. Pero tengo la semana muy ocupada.
-Bueno... Sólo se trata de vernos media hora.
Ver cómo nos va y esas cosas.
Hay un tipo en la cabina de la grúa que está a mayor altura. Me fijo en él. Una pequeña silueta allá arriba, metido en una pecera, manejando los mandos del monstruo con seguridad. Yo no podría estar allí, pienso. Me moriría sólo con mirar abajo.
_Te llamo y te digo algo -dice él.
_Sí, claro... Estaré aquí hasta el lunes.
-¿Para qué has venido? - pregunta.
_Para ver la Sagrada Familia - le digo-. ¿Recuerdas? Nosotros éramos una familia.
Una semana después regreso de Barcelona. Mi ex no ha llamado. No lo he visto.
Ahora sé, con total certeza, quien manejaba los mandos del monstruo.

jueves, 7 de julio de 2016

Los hombres que aman dejan notas


Es un proceso que debería haber durado un año, como dice mi psicóloga, pero que ya va para tres.
He perdido fuerza en estos tres años. He perdido empuje y fe. Y algo se ha roto, también lo sé. Algo que no sé definir. Como una cuerda que me sujetase a la vida. Una cuerda que ha resultado ser más fina de lo esperado. Por eso no duermo. Por eso me despierto y fumo un cigarrillo tras otro. También bebo mucho. Generalmente cerveza y vino, a veces whisky. El primer trago me da nauseas, pero luego ya lo bebo como si tal cosa.
Es la misma película repetida una y otra vez.

El chico me contó lo que me contó, y yo bebí de mi vaso de whisky. Me sentaba mal el whisky; me sentaba fatal. Hacía que me comportara como una estúpida. Sacaba lo peor de mí. Pero en aquel momento el whisky no tuvo la culpa. Ningún juez habría condenado al whisky.
El chico me contó lo que me contó y yo lo golpeé. Le dije que era un cabrón. Uno de los peores. Le dije que saliese de mi vida, que no lo necesitaba. Y luego le arrojé el vaso. Y lo golpeé de nuevo y él me dio un bofetón . Y luego follamos, con la botella de whisky sobre la mesita de noche. Y luego dormimos.

Soñé que me casaba con él. Que lo ataba a mi vida para poder golpearle y follármelo cuando quisiera.
Cuando me desperté por la mañana el chico no estaba. Me dolía la cabeza. Miré la botella de whisky y estaba vacía. Me la había bebido a morro durante la noche. Por eso tenía tanta sed y me dolía la cabeza. Y por eso el chico no estaba.
Le había golpeado en mitad de la noche, mientras él dormía. Eso lo recordaba. Y poco más.
Fui al baño y había un postid pegado en el espejo. El postid decía: "Te amaba, imbécil. Y sabía que no debía contártelo".
Arrojé el postid a la taza del váter y luego vomité. Ni siquiera recordaba con exactitud lo que me había contado.

martes, 5 de julio de 2016

Dando vueltas

David Bowie canta “Heroes” mientras comienzo un viaje que me llevara hasta la estación en Santander. Siempre viajo sola. Bowie canta que puedes ser un héroe aunque sólo sea por un día. Yo lo alargué cuatro. 
Paseando por el barrio, por las mañanas, podía ver el logotipo de Mercedes dando vueltas allá arriba, en aquel edificio impersonal al que suben los adolescentes tras ser perseguidos por la policía. Pensé en hacerme una foto frente al edificio y otra en la estación de tren. En aquellos lugares en los que había vivido sin haber estado allí, porque da igual cómo se llame el lugar; porque siempre hay, y habrá, una estación de tren. Un punto de encuentro para viajar sin coger un tren. No quise hacerme esa foto porque la vida es, de alguna forma, mi propia vida. Y porque me enamoré cuando en una sala oscura vi sus hermosos labios mientras yo misma viajaba sin saber a dónde. Porque mi propia historia me había conducido hasta allí, en donde no cogería ningún tren.
Fui hasta allí para ver una vieja amiga. Ya no es la misma, al igual que yo. La estación ya no es aquel punto de encuentro para viajar sin coger un tren. Pero seguro que en Santander, como en las ciudades, los lugares cambian, pero no las cosas. El logotipo de Mercedes sigue dando vueltas, luminoso. Todo sigue igual.
Bowie canta que podemos ser héroes por un día. Quizás se trate de no ser héroes. Quizás se trate de ser niños. De no atrevernos a mirarnos. De que te dejen serlo. De no crecer tan cerca de una estación y tan deprisa. De acabar con  los viajes a ninguna parte. Quizás se trate de entender porqué una no ha de hacerse fotos en una estación de tren, si desayuna tan cerca del logotipo de Mercedes, que sigue dando vueltas y vueltas, para que quien pueda, compre uno de sus coches. Quizás se trate de saber que tren has de coger. O no. Quizás todo esto tan sólo sea literatura y él siga mirándome a los ojos, desafiante, mientras intento convencerle de que soy como él. Quizás la necesidad de cariño que vi allí compense la historia. De su propia historia. De la mía. Quizás hay trenes que son directos; que no tienen paradas; ni estaciones. Quizás hay trenes que has de coger al vuelo.

jueves, 9 de junio de 2016

El último salvaje


Me dejé ir, lo tomé en marcha y no supe nunca hacia dónde hubiera podido llevarme.
No sé. Me dejé ir, pensé que era una pena acabar tan pronto, pero por otra parte escuché aquella llamada misteriosa y convincente.
O la escuchas o no la escuchas, y yo la escuché, y casi me eché a llorar. Entonces, pese al miedo, me dejé ir.

Los muchachos mallorquines se suicidaron en el balcón a las cuatro de la mañana las chicas se asomaron al oír el primer disparo. Un tipo que escucha las noticias dentro del coche. El amanecer sobre los edificios alineados. 
Salí de la última función a las calles vacías. No tenía adonde ir. Durante mucho tiempo vagué por los alrededores del cine buscando una cafetería, un bar abierto.Todo estaba cerrado, puertas y contraventanas, pero lo más curioso era que los edificios parecían vacíos, como si la gente ya no viviera allí. No tenía nada que hacer salvo dar vueltas y recordar pero incluso la memoria comenzó a fallarme. 
Las calles estaban vacías. Tenía frío y en mi cerebro se sucedían las escenas de «El Último Salvaje». Una película de acción, con trampa: las cosas sólo ocurrían aparentemente. 
En el fondo: un valle quieto, petrificado, a salvo del viento y de la historia. Las motos, el fuego de las ametralladoras, los sabotajes, los 300 terroristas muertos, en realidad estaban hechos de una sustancia más leve que los sueños. Hasta que la pantalla volvió al blanco, y salí a la calle.
Recordé noches sin estrellas. Estoy en el lugar donde sólo se ve con la punta de los dedos, pensé. 
Había ido a ver «El Último Salvaje» y al salir del cine no tenía adonde ir. De alguna manera yo era el personaje de la película. 

viernes, 3 de junio de 2016

Sin grandes posibilidades

Otros se escaparon a toda velocidad, en la noche por carreteras oscuras.
Conversamos durante horas en un bar de las Ramblas, era verano y él hablaba como si llevara mucho tiempo sin hacerlo. Cuando lo soltó todo me acaricio la cara. Entonces él dijo me gustaría estar solo y yo pese a estar borracha entendí.
No sé, es algo que se parece a la Luna llena. Cada palabra es inútil, cada frase, cada conversación. Dijo que quería estar solo.
También yo quise estar sola. En Cantabria o en Palma. La luna. Animales que huyen. La carretera. El miedo. Chicas que en realidad son como moscas.
Hay una enfermedad secreta que lleva mi nombre y aparece de noche. En un lenguaje misterioso significan que la chica solitaria <<no está bien>>.
Y yo quisiera que él supiera por algún medio que la chica solitaria <<lo pasa mal>>, en tierras desconocidas, sin grandes posibilidades de nada.
Baños, sueños, cabellos largos que salen de la ventana hasta el mar. La enfermedad es una estela. El verano de algún lugar, frases carentes de tranquilidad, aunque la imagen que refractan permanezca quieta, como delante de una cámara fija.
Sin grandes posibilidades.
La enfermedad es estar sentada bajo el faro mirando hacía ninguna parte.
No puedes regresar. Este mundo sin papeles en regla es demasiado fuerte para ti. Un mundo que conoces y del que no puedes desprenderte, como un tatuaje.
No puedes evitar el vacío de la misma manera que no puedes evitar cruzar calles si vives en la ciudad.
Aquí la playa se extiende en linea recta hasta el siguiente pueblo.
Me sentaré sola en la terraza del bar, junto a la pista de baile, no será difícil encontrarme.

viernes, 6 de mayo de 2016

La confusión

"Estaba confundido, perdido y tú me dabas miedo. Tu personalidad me arrastraba". Con variantes, esta es la razón que me han dado los hombres tras haberme sido infieles. La infidelidad siempre se ha producido al principio de la relación, en los tres o cuatro meses. En esos meses de confusión; de adaptación; de conocimiento del otro. Aunque yo nunca entendí que confundiesen una polla con un semáforo. Pero ahí estaba la razón: el miedo. Eso lo justificaba todo.
"Estaba aterrado por tu personalidad, por tu atractivo, por tu belleza; porque me tratabas con respeto y me escuchabas; porque eras la mujer que llevaba años esperando. Creí que no existían. Y eso me asustó".
Es una excusa hermosa, reconozcámoslo.
Las mujeres con las que me han sido infieles esos hombres siempre han sido mediocres. Hasta feas, diría yo (tuve la suerte de casi estrangular a una de ellas). Eran tías de tres al cuarto. Vulgares, rubias de bote, bastante incultas y sin media hostia. Y eso era lo peor. Algo ciertamente inquietante.
A pesar de todo, amo a los hombres. Ellos, al menos, se inventan excusas. Y eso significa que tienen algo de clase. La clase que nos falta a las mujeres.
Esa noche cuando le pregunté a mi pareja por qué me había sido infiel. Su respuesta fue:
- Ni idea.
Tardé casi medio minuto en darme cuenta. Era la primera vez que le soltaba un guantazo a alguien y no me respondía con otro. Me quedé pasmada. Y lo cierto es que me gustó. Me liberó. Hizo que me respetase. Y entonces su forma de hacerse respetar fue dejarme. Luego nos amamos durante diez años. Y fuimos felices. Hasta que empezó a escasear el sexo.
Y ahí lo dejamos. Se marchó y adoptó un perro de ojos verdes, como los míos, que, supuestamente, le da más cariño que yo.

lunes, 11 de abril de 2016

Salir a ganar


-Tienes un montón de cosas buenas –dice-
Tienes cosas… No sé… Hay algo en ti. Cosas buenas , ya sabes. Esas cosas que pueden hacerte feliz. Cosas que podrían hacer que tu vida no fuese una mierda.
-¿De qué putas me estás hablando? –le digo-
¿De qué cojones me hablas, coño? No hay cosas buenas o malas. Joder. No. A quién le importa el talento o lo que sea de lo que me estés hablando. ¿Qué mierda es ésta…?
Él se sirve otra raya. Luego enciende el televisor y todo apesta. Todo, todo, apesta.
Todo es un jodido y asqueroso tongo universal que cubre el mundo. Hasta la última baldosa de mi casa.
-Tienes talento tío. Te va bien con las chicas.
-¿de qué cojones me estás hablando? ¿Del rollo triunfador que primero las pasa putas? ¿Del rollo hazte a ti mismo?
Estamos aquí los dos; metiéndonos rayas y bebiendo como cabrones ¿De qué mierdas me estás hablando?
_Te estoy diciendo que lo dejes todo y te largues. Que hagas algo con tu puta vida.
-¿con mi puta vida? ¿Qué sabes tu de mi vida? Las tías son una mierda. Son Pura basura. El arte es una mierda, un estercolero lleno de egos. ¿sabes de qué te hablo?
-Ni idea, tío –dice-
-Oye… -le digo_ Te he llamado porque me sentía solo. Y ahora me siento aún más solo.
-Me has llamado porque la coca es cosa mía.
-La he pagado.
-La que has pagado ya te la has metido. Haz algo con tu vida –dice-. Y hazlo ya. Y deja de tocarme los cojones.
Decido hacerme otra raya. Tras esnifarla, creo en todas y cada una de las palabras de mi amigo. Y luego saco unos cuantos billetes y los dejo sobre la mesa.
Habíamos salido a ganar, podíamos hacerlo. Todo iba bien. El enemigo se derrumbaba, mientras yo sonreía con los labios cerrados.
Todas las puertas están cerradas.
La vida es un secreto, un suspiro.  Ladrando loca e imprevisible. 
No sé si el mundo ha mentido y me quemaré en el intento, como un puente en llamas.
Mis pensamientos van más rápidos que mis pasos.

martes, 5 de abril de 2016

Todo brillaba

Mi amigo y yo habíamos estado metiéndonos coca toda la noche. Solo iba a estar dos días en la ciudad y tenía alquilada una habitación en un hotel del Paseo Marítimo. Habíamos estado en un montón de bares bebiendo y disfrutando de nuestra amistad, sin pensar en nada más. En algún momento de la noche intercambiamos coca por éxtasis con dos chicas. Nos metimos en los lavabos de aquel bar e hicimos  la transacción. Yo bese a una de ellas, allí, en los lavabos. Pero no tenía ni puñeteras ganas de liarme con nadie. Quería estar con mi amigo.
Eran las diez de la mañana y mi amigo se había metido en la ducha. Yo estaba tumbado en la cama, vestido y calzado. A los pies de la cama había una chica completamente desnuda. Estaba sentada, rompiendo en trocitos muy pequeños la tarjeta de bienvenida al hotel. No tenía ni idea de quién era ni qué hacía allí. Entonces me di cuenta de que llevaba un rato hablándome.
-…así que eso. Que al final es siempre lo mismo. La vida es una mierda –dijo.
-Sí. Creo que he oído eso en alguna parte.
-Un puto asco. Ya lo creo… ¿Estás casado? ¿Tienes novia?
-Pues… Creo que sí; no estoy muy seguro.
-Deberías cuidarla. Eso lo hacéis fatal los hombres. Yo quiero que me cuiden, que me mimen. Creo que me lo merezco.
-¿Y crees que lo vas a conseguir amaneciendo con dos desconocidos en una habitación de hotel?
¿Qué coño haces aquí?
-Me habéis invitado.
-No lo recuerdo.
-Eso es por la coca –la chica se levantó y preparó cuatro rayas sobre la mesa escritorio -¿Estás enamorado de esa chica?
-Joder… Creo que sí. Yo qué sé…
-Sí; lo estás.
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-No. No hemos follado. No lo he hecho con ninguno de los dos. Solo me habéis pedido que me desnudase y bailara. Habéis sido unos caballeros.
-Entiendo.
-Dime… ¿Cuidarás de esa chica?
-Bueno… Cuando se me pase el cabreo puede que sí
-El cabreo…
- Se ha estado tirando a otro.
Me levanté y me metí las dos rayas. Luego miré por la ventana. Era verano y todo brillaba. Las palmeras del Paseo Marítimo; los coches, los llaüts. El mar brillaba. Las repugnantes gaviotas brillaban más que nada en el mundo. Diciéndonos con su vuelo tranquilo; con su forma de quedar suspendidas en el aire, que no valíamos más que sus cagadas: Y que venían a por nosotros.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Oyes perros ladrar

Por supuesto, se trata de un amor desdichado. En una época de mi vida, estuve dispuesto a hacer todo por ella, más o menos lo mismo que piensan y dicen todos los enamorados. Ella rompe conmigo. Nunca más visitaré esta ciudad, pienso, porque ella ya no está aquí.
No entiendo nada. Durante mucho tiempo pienso cómo es posible que un ser humano pase de un extremo a otro en sus sentimientos, en sus deseos. Luego me emborracho. Pasan los días.
Al principio, por supuesto, sufro, pero a la larga, como es usual, me repongo. La vida, como dicen en las telenovelas, continúa. Pasan los años.
Hasta aquí la historia es vulgar; lamentable, pero vulgar.

Recibo una llamada.
-Hola, soy S. ¿Estás bien?
-Sí… Bueno, no.
-He leído eso que has colgado en Facebook
-Sí… Ya. No debería haberlo hecho. A veces hago cosas estúpidas.
S. suspira. Yo enciendo un cigarrillo y busco el texto en la pantalla. Primero he de cerrar la pestaña del navegador con todos esos culos enormes.
-¿Quieres contarme qué pasó? –dice S. Su voz suena compasiva. Oigo el chasquido de un mechero al otro lado de la línea.
-Hice el gilipollas y pagué por ello. Ya sabes: siempre que hago el gilipollas pago por ello. No me gusta tener deudas.
-Ponerte literario no hará que te entienda mejor.
Oigo un perro ladrar a través del aparato. También oigo una sirena. Alguien lo está pasando mal, pero no es el conductor de la ambulancia.
-Sólo te he llamado para ver cómo estabas.
-dice S.-. Pero si quieres lo dejamos.
Mientras hablo con S. Estoy leyendo de soslayo el texto. Parece escrito por otro. Eso no soy yo, me digo. Eso es en lo que me he convertido, pero no soy yo. Yo no era así. Yo era el conductor de la ambulancia.
-¿Sigues ahí? – pregunta S.
-Sí.
-¿Me cuentas lo que pasó?
-Ya lo has leído: una sobredosis de speed.
-Ya… ¿Por qué haces esas cosas? ¿Por qué te dejas llevar?
-Saberlo evitaría que lo hiciera. ¿Qué te parece esta frase? ¿Literaria?
El perro sigue ladrando, cada vez más fuerte, con más violencia. Ya no se oye ninguna sirena. Eso me tranquiliza. Quien lo esta pasando mal está más cerca del final. Sea cual sea.
-Te voy a dejar. No debería haberte llamado –dice S.
-De acuerdo… Oye… ¿Ahora tienes un perro?
-¿Un perro? No.
-He estado oyendo ladrar a un perro. Parecía estar cerca de ti.
-Yo no he oído nada…
-¿Seguro que no tienes un perro?
Nos despedimos y cuelgo. Pero no dejo de oír los ladridos.



martes, 29 de marzo de 2016

Golpes


Hubo un momento. Un pequeño y luminoso momento. Con una luz poderosa. Y luego él murió. Y yo hice lo que me habían pedido. Exactamente como todos querían. Dejé aquellas flores blancas allí y no lloré hasta que llegué a casa. Como querían. Y ahora soy quince años mayor.
Y todo, absolutamente todo, pasa por encima de mí.
Los pasos cesaron y ya sólo podía oír mí respiración y un murmullo de voces que me llegaba del otro lado de la puerta. Otro infeliz, pensé. Otro que no se miente. Porque eso es la tristeza: verte tal cual eres. Sin fingimientos. Sin mentiras. Sin ocultamientos. Ver la mentira de los demás como guiones separando cada sílaba de cada palabra con la que intentan hacerse querer. Ver el miedo, el egoísmo, la hipocresía, en cada entonación.
La puerta se abrió.
-María, puedes pasar.
El despacho estaba ordenado y limpio. Joan, el psicólogo, me invitó a sentarme. El sofá era idéntico al que había en la otra sala. Él se sentó en un sillón justo enfrente de mí. El sillón parecía cómodo.
-Bueno, María. ¿Qué puedo hacer por ti?
-Quiero que me enseñes a mentir. 
Volví a oír los pasos atravesando el techo y me pregunté por qué no era yo la dueña de aquellos pasos.

lunes, 28 de marzo de 2016

Tengo enmarcado mi silencio


  Se rompen los cristales y los espejos, las tormentas y los sueños. Nacen las luces del día y mueren las flores de un día.

Me metieron en la misma celda que estuve hace treinta años. Víctor el chico de la celda 4, se pasó la primera noche golpeando la puerta metálica y gritando desesperadamente. Yo intentaba taparme los oídos con los dedos para no oír sus lamentos mientras sentía una enorme pena por él y por mí. Me recordó a mí cuando tenía su edad y estaba encerrado en esa celda.

Mordemos la tristeza porque no tenemos tiempo, secamos al sol las sábanas que mojamos. Abrimos las puertas para que entre la música, cerramos corazones porque están helados.  

El hombre rubio de la celda 7 le gritaba que se callase de una maldita vez. Como si el silencio fuese algo bueno.
Los dos rumanos, ambos en diferentes celdas, hablaban entre ellos en su idioma, cuando nos llevaron a todos a declarar, pude verles las caras en aquella minúscula celda de Vía Alemania, con aquellas paredes llenas de pintadas y sangre y aquel olor nauseabundo a podrido.

Rozamos nuestra nariz con el frío, estornudamos cuando un mal pensamiento nos sopla. Descolgamos teléfonos que no marcamos. Encontramos la manera, nos quedamos y nos fuimos. Inventamos el escenario, los personajes y la banda sonora.

A los chicos rumanos la policía les había dado una buena paliza. Uno de ellos, el mayor, tenía la cara destrozada. Al otro le habían abierto la frente.

Suenan las notas de una canción, aplaudimos con la mirada y nos fundimos en besos. O en negro.
Construimos sin plano y sin plano borramos. Apartamos ropa con los dedos y el pelo de la nuca, besamos gestos según la hora del día, corrimos pisando charcos y aparcamos coches en carreteras perdidas.

En el furgón policial que nos trasladó a los juzgados, yo fui esposado junto al más joven de los rumanos. Víctor, el chico que lloraba y pataleaba y moría por que le sacasen de allí, me preguntó dónde había estado todo ese tiempo. Dijo que no me había oído. “En la misma celda en la que estuve hace treinta años”, le contesté. Me gané su respeto con ese silencio de pared. Con esa forma de estar aterrado, pero elegante. Una cierta simpatía silenciosa. Un dolor apagado con la potencia de una bomba.
Pero cuando el juez decretó mi libertad sin fianza, y salí de allí con todas mis pertenencias en una bolsa de plástico con mi nombre mal escrito, los pantalones manchados de orina, y aquellas terribles ganas de fumar, me eché a llorar en plena calle , mientras intentaba encordar mis zapatos, mientras intentaba reconstruir lo poco que quedaba de mí. Y nadie, absolutamente nadie, me estaba esperando.

No hay cartas en el buzón escritas con su letra desordenada. Esa frase que te ha dicho está haciendo fuego en tu estómago. Saber si sonríe con tu respuesta sin oír el temblor de su voz.
Escribir sobre el sonido de sus pasos hacia la cama. Soñar con que te escribe un guiño en un posavasos.
Querer prepararle café aunque eso te situé en desigualdad. Encontrarte frente a frente con él ante el espejo y ver un reflejo de complicidad.
Poner una canción y no necesitar explicarla.                 


domingo, 27 de marzo de 2016

Siempre acabas pagando la cuenta

El libro termina en un callejón en la peor parte de la ciudad.
De todos los amores, basta con el matrimonial, y en cuanto a los hijos, solo con los nacidos.
Importa más quién te conoce que a quién conoces.
Los viajes, solo si son al extranjero.
Los vínculos, sí, pero sin el porqué.
Las cosas que dices que harías y nunca harás.
Las promesas que haces por hacer.
Y las condecoraciones sin el mérito.
¿Qué sabrás tú de ser adulto? –le pregunté.
Encendí un cigarrillo haciendo pantalla con la mano, luego me quedé tosiendo un momento–.
En serio, creo que no sabes una mierda, y es mejor así. Ser adulto no es más que el interminable proceso de ir perdiendo todo aquello que te importa.
Naturalmente, una vez que alcanzas cierta edad, una vez que eres lo bastante mayor para considerar el mundo, no tienes más remedio que beber. Una vez que comprendes que vives en la edad de mierda, no te queda otra.
Al atardecer renuncié.
Ahora soy un capítulo.
Se te rompe el alma, se te rompe el cuerpo. Ya estás preparado para odiarme.
Estoy llena de decepciones y mentiras.
Me colocaba en silencio en su linea de visión.
Poco después la policía lo pescó desnudo tratando de alcanzar una estrella por la calle.
Tres días después lo encontraron ahorcado de una reja en una de las callejuelas inmundas que daban al Sena.


sábado, 26 de marzo de 2016

Es demasido vieja para él

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Es demasiado vieja para él, piensa. Luego vuelve a la cama, se acuesta, no tarda en darse cuenta de que todo el sueño que tenía acumulado se ha evaporado. Pero no quiere encender la luz. Durante mucho rato, se dedica a pensar. Piensa en mujeres, piensa en viajes. Finalmente se duerme. Durante la noche, en dos ocasiones, se despierta sobresaltado. A la tercera vez ya está amaneciendo. Entonces enciende la luz y durante un rato, sin salir de la cama, se dedica a fumar y a leer.
..

Esa mañana vuelve a la playa, se baña durante un rato en un mar en donde no hay nadie. El resto del día transcurre como entre brumas. El mar está revuelto: durante un rato contempla las olas que se estrellan. Un pescador que está cerca le dice que no es un buen día para bañarse. Hay cosas que se pueden contar y hay cosas que no se pueden contar, piensa, abatido. Para la mayoría de los peces (excepto para los peces voladores), el infierno es la superficie del mar. Mientras piensa que precisamente ahora hay más motivos que nunca para reírse.

En el fondo del mar no encuentra arena, sólo rocas, rocas que se sostienen unas en otras, como si aquel lugar fuera una montaña sumergida y él estuviera en la parte alta, iniciado el descenso, el precio que tiene que pagar por existir.

Pero ya es demasiado tarde. El Mustang sube por la avenida y él saca de un bolsillo la tarjeta que días atrás le diera un recepcionista. El picadero se llama Las Vegas, dice. Pedro conduce y va sentado junto a Sergio, busca el rostro de Pedro en el espejo retrovisor y no lo encuentra. Así que van a Las Vegas y durante un rato beben y bailan con chicas. Su pareja es una mujer de grandes pechos que parece preocupada o enfurruñada por algo que jamás podrá comprender. Hablan (de hecho hablan sin parar) de los tiempos pasados. Del valor. De mujeres. De boxeo, y de temas que no le interesan o que, al menos, no le interesan en ese momento. El edificio es de ladrillo y madera, carece de ventanas y en el interior hay un juke-box con canciones de Elvis Presley y Manolo Escobar. De pronto siente náuseas. Sólo entonces, mientras se separa y busca un lavabo o el patio trasero o la salida a la calle, se da cuenta de que ha bebido demasiado. También se da cuenta de algo más: unas manos no le han permitido salir a la calle. Temen que me escape, piensa. Luego vomita varias veces en un patio abierto en donde se acumulan cajas de cerveza y en donde hay un perro atado, y tras aliviarse se pone a contemplar las estrellas. No tarda en aparecer junto a él una mujer. Su sombra se recorta más oscura que la noche. Tiene una voz joven y aguardentosa. La puta se arrodilla a su lado y le abre la bragueta. Entonces comprende y la deja, hacer. Cuando acaba siente frío. La puta se levanta y él la abraza. juntos contemplan la noche. Cuando dice que quiere volver, la mujer no lo sigue. Vamos, dice, tirando de su mano, pero ella se resiste. Entonces se da cuenta de que no ha visto apenas su rostro. Es mejor así. Solo la he abrazado, piensa, ni siquiera sé cómo es. Antes de volver a entrar se da la vuelta y ve que la puta se acerca al perro y lo acaricia. Eso es todo. Elvis canta en el juke-box,

viernes, 25 de marzo de 2016

Parece mentira



Parece mentira, mi padre nació en el barrio de los Recogidos. El nombre brilla como la luna. El nombre, abre un camino en el sueño y el hombre camina por ese sendero. El sendero de llegada o de salida del infierno. A eso se reduce todo. Acercarse o alejarse del infierno. Cuando perdimos, me contó mi madre, cambiaron el nombre al barrio por “El tiro nacional”.

He abierto los ojos en la oscuridad. Con lentitud abrí los ojos en la oscuridad total y solo vi o imaginé aquel nombre: barrio del Tiro Nacional, fulgurante como la estrella del destino.

Mi padre fue un cantante renegado. Pobre como las ratas, apareció una noche por Jaén cantando en tabernas y burdeles. Algunos creyeron que era un agente de los servicios secretos, pero en realidad no era más que otro republicano, mi madre evitó que lo mataran escondiéndolo en “La casa del pueblo”. Vivieron juntos cuatro meses, hasta donde yo sé, y luego mi padre desapareció.

Él siguió deslizándose hasta desaparecer, hasta no dejar rastro. Estaba solo y se movía entre las masas afiebrado y sin amor, lleno de pasión y vacío de esperanza. Cuando nací me pusieron por nombre José, pero siempre me han llamado Colorín. A mi padre lo llamaban El Niño Colorín y así fue como mi madre me inscribió en el registro civil. Todo legal. José Colorín. Hasta fui bautizado en la fe católica. Mi madre, sin duda, era una soñadora.

Todos los sueños son reales. Me parece que nunca, ni en los peores años, rechazó la posibilidad de ser feliz. Fue camarera, vendió sangre, hizo de puta. Siempre buscando el hueco, deambulando por la ciudad enganchada, cada día más delgada.

Esa noche echaron a rodar los dados por la Séptima Avenida.

Algo cambió para siempre aquella madrugada. El sonido del rayo y la lluvia sobre los cristales. Se estableció, como la peste, el vínculo de la amistad.

El que mejor daba la talla de muerto y el que mejor daba la talla de ausente. También fue el único que sobrevivió en 1949, el único que salió de la prisión provincial de Jaén doce años después, sólo quedaba con vida el Niño Colorín, los demás habían sido asesinados o se los había llevado por delante la enfermedad.

Y sin embargo no hubieran sabido explicar qué era lo que no les gustaba de él, sólo intuían vagamente que era un tipo capaz de atraer la mala suerte y causar desazón en los corazones. Pero los militares y policías corruptos, qué debió pensar de ellos, por las noches, después de alguna reunión agitada. Monos con uniformes, ni más ni menos. Esos monos patéticos e infames. Y en el aire las palabras del comisario de policía, del teniente de aviación, del coronel del Servicio de Inteligencia Militar: queremos lejos a ese pájaro de mal agüero. Supongo que estar con el Niño Colorín era como estar en ninguna parte.

Muchos años después, cuando ya todos estaban muertos, busqué a mi padre. Vivía en un apartamento minúsculo, de una sola habitación, en una calle que daba al mar, en Palma. Trabajaba de camarero en el restaurante de un policía jubilado, el lugar ideal para alguien que temiera ser descubierto. De la casa al trabajo y del trabajo a casa, con una breve escala en una tienda de vídeos donde solía alquilar una o dos películas cada día. Todos los días puntual como un reloj. De su apartamento sin ascensor al restaurante y de allí, entrada la noche, a su apartamento, con las películas bajo el brazo. Lo busqué por capricho, porque me dio la vena. Lo busqué y lo encontré en 1979, fué fácil, no tardé más de una semana. El Colorín tenía entonces cuarenta y nueve años y aparentaba diez más. No se sorprendió al llegar a casa y encontrarme sentado en la cama. Le dije quién era, le recordé a mi madre. El Colorín cogió una silla y al sentarse se le cayeron los vídeos. Siempre fuiste un niño listo, dijo, cuando eras pequeño nunca te hice daño. ¿Lo recuerdas? nunca traicioné a nadie, nunca maté a nadie. Luego recogió las películas del suelo, y se echó a llorar. No llores, le dije, no vale la pena. Un padre de la patria, corroboró el. Tenía razón. Durante mucho rato permanecimos en silencio: sólo quería verlo y recordar mi pasado, la felicidad desapareció en algún lugar de la tierra y sólo queda el asombro. Un asombro constante, hecho de cadáveres y de personas comunes y corrientes. Pero ni siquiera puse mi mano en su hombro. En el barrio de los Recogidos no hubo nadie como tú, dije. Luego me levanté con mucho cuidado y me marché.







jueves, 10 de marzo de 2016

En mis zapatos



Cuando tenía 18 años fuí detenido por un atraco en el que no participé, mis dos amigos los que lo habían cometido, corrieron más que yo. A mi me detuvieron y me dieron dos palizas que casi me matan. Esposado y desnudo. Con la humillación convertida en broma. Y no canté. Asumí todo. Cargué con todo. Mis amigos murieron tiempo después de sobredosis. Yo seguí siendo el hombre que era. Un tipo de barrio, alguien que creía en la lealtad por encima de todo. Alguien que sabe quién está de su lado y quién no.

Hoy sigo creyendo en ello. He pasado el fin de semana en comisaría. He revivido todo aquello. Y, a pesar de todo, no diré nada. No delataré a nadie. No mandaré a la cárcel a nadie. Porque yo, a diferencia de otros, sí soy un hombre. Imperfecto. Loco. Equivocado. Y no un cobarde asqueroso. No un cobarde que elude pagar por sus pecados.

Los zapatos te los has de encordar solo. Y en silencio. Sin gritar. Son tus zapatos.

Echo de menos la época en la que sabía dar un puñetazo, correr sin miedo y mantener el pulso firme. La época en que las cosas no eran ni buenas ni malas, y las noches eran días, y los días una habitación pequeña. Echo de menos la época en la que no sabía llorar y era capaz de mirar a un juez a los ojos y negarlo todo.