lunes, 18 de julio de 2016

El objetivo

Odio el arte. Detesto rodar y escribir.
Yo lo que quería era perseguir gallinas; subirme a los árboles; espiar tras las puertas; prender fuego a las cortinas.
Me paraliza la banalidad del arte, de la vida en general.
Esa forma de andar de puntillas; de procurar no ofender a nadie; de hacer risas de todo.
El sexo como mercancía.
Esa idea ridícula de que todo el mundo tiene una razón profunda para cometer actos superfluos.
Veinte años fuera de casa. Dos décadas a la intemperie. Ten más valor. Y deja que te bese sin abrir los ojos. Y dame lo que quiero, una sola vez.
En los últimos años he conseguido sustituir la frustración por la tristeza. Es más profunda, pero menos enervante. El siguiente paso será reemplazar la tristeza por la indiferencia, mucho más plácida.
El objetivo final es convertirme en estatua y ser abandonada en un almacén.

viernes, 8 de julio de 2016

Lifeguard Sleeping

Estuve escuchando música. Viejos discos de los ochenta y noventa. Elijo Lifeguard Sleeping, de Moorrisey. Me había bebido la botella de vino, la mitad de las cervezas y un cuarto de la de whisky.

Estoy en Barcelona por razones que no termino de entender. Mi ex vive aquí desde hace unos meses; desde que me dejo en la cuneta sin una razón aparente. Supongo que fue por eso por lo que nos enamoramos: porque ninguno de los dos sabía nada de nada. Porque hacíamos las cosas así; a base de impulsos del corazón, como le gustaba decir a él.
Así que estoy en Barcelona por una semana coincidiendo con mi cumpleaños. Y esa mañana, la de mi primer día allí, estoy observando las grúas de la Sagrada Familia moviéndose lentamente, como monstruos sedados. Y suena el teléfono y es mi ex que quiere felicitarme. Le doy las gracias y sigo bebiendo de mi lata de cerveza mientras las grúas desplazan su carga a ciento cincuenta metros de altura.
-Estoy en Barcelona -le digo-. Podríamos vernos, si te apetece.
.Claro -dice él-. Pero tengo la semana muy ocupada.
-Bueno... Sólo se trata de vernos media hora.
Ver cómo nos va y esas cosas.
Hay un tipo en la cabina de la grúa que está a mayor altura. Me fijo en él. Una pequeña silueta allá arriba, metido en una pecera, manejando los mandos del monstruo con seguridad. Yo no podría estar allí, pienso. Me moriría sólo con mirar abajo.
_Te llamo y te digo algo -dice él.
_Sí, claro... Estaré aquí hasta el lunes.
-¿Para qué has venido? - pregunta.
_Para ver la Sagrada Familia - le digo-. ¿Recuerdas? Nosotros éramos una familia.
Una semana después regreso de Barcelona. Mi ex no ha llamado. No lo he visto.
Ahora sé, con total certeza, quien manejaba los mandos del monstruo.

jueves, 7 de julio de 2016

Los hombres que aman dejan notas


Es un proceso que debería haber durado un año, como dice mi psicóloga, pero que ya va para tres.
He perdido fuerza en estos tres años. He perdido empuje y fe. Y algo se ha roto, también lo sé. Algo que no sé definir. Como una cuerda que me sujetase a la vida. Una cuerda que ha resultado ser más fina de lo esperado. Por eso no duermo. Por eso me despierto y fumo un cigarrillo tras otro. También bebo mucho. Generalmente cerveza y vino, a veces whisky. El primer trago me da nauseas, pero luego ya lo bebo como si tal cosa.
Es la misma película repetida una y otra vez.

El chico me contó lo que me contó, y yo bebí de mi vaso de whisky. Me sentaba mal el whisky; me sentaba fatal. Hacía que me comportara como una estúpida. Sacaba lo peor de mí. Pero en aquel momento el whisky no tuvo la culpa. Ningún juez habría condenado al whisky.
El chico me contó lo que me contó y yo lo golpeé. Le dije que era un cabrón. Uno de los peores. Le dije que saliese de mi vida, que no lo necesitaba. Y luego le arrojé el vaso. Y lo golpeé de nuevo y él me dio un bofetón . Y luego follamos, con la botella de whisky sobre la mesita de noche. Y luego dormimos.

Soñé que me casaba con él. Que lo ataba a mi vida para poder golpearle y follármelo cuando quisiera.
Cuando me desperté por la mañana el chico no estaba. Me dolía la cabeza. Miré la botella de whisky y estaba vacía. Me la había bebido a morro durante la noche. Por eso tenía tanta sed y me dolía la cabeza. Y por eso el chico no estaba.
Le había golpeado en mitad de la noche, mientras él dormía. Eso lo recordaba. Y poco más.
Fui al baño y había un postid pegado en el espejo. El postid decía: "Te amaba, imbécil. Y sabía que no debía contártelo".
Arrojé el postid a la taza del váter y luego vomité. Ni siquiera recordaba con exactitud lo que me había contado.

martes, 5 de julio de 2016

Dando vueltas

David Bowie canta “Heroes” mientras comienzo un viaje que me llevara hasta la estación en Santander. Siempre viajo sola. Bowie canta que puedes ser un héroe aunque sólo sea por un día. Yo lo alargué cuatro. 
Paseando por el barrio, por las mañanas, podía ver el logotipo de Mercedes dando vueltas allá arriba, en aquel edificio impersonal al que suben los adolescentes tras ser perseguidos por la policía. Pensé en hacerme una foto frente al edificio y otra en la estación de tren. En aquellos lugares en los que había vivido sin haber estado allí, porque da igual cómo se llame el lugar; porque siempre hay, y habrá, una estación de tren. Un punto de encuentro para viajar sin coger un tren. No quise hacerme esa foto porque la vida es, de alguna forma, mi propia vida. Y porque me enamoré cuando en una sala oscura vi sus hermosos labios mientras yo misma viajaba sin saber a dónde. Porque mi propia historia me había conducido hasta allí, en donde no cogería ningún tren.
Fui hasta allí para ver una vieja amiga. Ya no es la misma, al igual que yo. La estación ya no es aquel punto de encuentro para viajar sin coger un tren. Pero seguro que en Santander, como en las ciudades, los lugares cambian, pero no las cosas. El logotipo de Mercedes sigue dando vueltas, luminoso. Todo sigue igual.
Bowie canta que podemos ser héroes por un día. Quizás se trate de no ser héroes. Quizás se trate de ser niños. De no atrevernos a mirarnos. De que te dejen serlo. De no crecer tan cerca de una estación y tan deprisa. De acabar con  los viajes a ninguna parte. Quizás se trate de entender porqué una no ha de hacerse fotos en una estación de tren, si desayuna tan cerca del logotipo de Mercedes, que sigue dando vueltas y vueltas, para que quien pueda, compre uno de sus coches. Quizás se trate de saber que tren has de coger. O no. Quizás todo esto tan sólo sea literatura y él siga mirándome a los ojos, desafiante, mientras intento convencerle de que soy como él. Quizás la necesidad de cariño que vi allí compense la historia. De su propia historia. De la mía. Quizás hay trenes que son directos; que no tienen paradas; ni estaciones. Quizás hay trenes que has de coger al vuelo.