viernes, 6 de mayo de 2016

La confusión

"Estaba confundido, perdido y tú me dabas miedo. Tu personalidad me arrastraba". Con variantes, esta es la razón que me han dado los hombres tras haberme sido infieles. La infidelidad siempre se ha producido al principio de la relación, en los tres o cuatro meses. En esos meses de confusión; de adaptación; de conocimiento del otro. Aunque yo nunca entendí que confundiesen una polla con un semáforo. Pero ahí estaba la razón: el miedo. Eso lo justificaba todo.
"Estaba aterrado por tu personalidad, por tu atractivo, por tu belleza; porque me tratabas con respeto y me escuchabas; porque eras la mujer que llevaba años esperando. Creí que no existían. Y eso me asustó".
Es una excusa hermosa, reconozcámoslo.
Las mujeres con las que me han sido infieles esos hombres siempre han sido mediocres. Hasta feas, diría yo (tuve la suerte de casi estrangular a una de ellas). Eran tías de tres al cuarto. Vulgares, rubias de bote, bastante incultas y sin media hostia. Y eso era lo peor. Algo ciertamente inquietante.
A pesar de todo, amo a los hombres. Ellos, al menos, se inventan excusas. Y eso significa que tienen algo de clase. La clase que nos falta a las mujeres.
Esa noche cuando le pregunté a mi pareja por qué me había sido infiel. Su respuesta fue:
- Ni idea.
Tardé casi medio minuto en darme cuenta. Era la primera vez que le soltaba un guantazo a alguien y no me respondía con otro. Me quedé pasmada. Y lo cierto es que me gustó. Me liberó. Hizo que me respetase. Y entonces su forma de hacerse respetar fue dejarme. Luego nos amamos durante diez años. Y fuimos felices. Hasta que empezó a escasear el sexo.
Y ahí lo dejamos. Se marchó y adoptó un perro de ojos verdes, como los míos, que, supuestamente, le da más cariño que yo.