miércoles, 30 de marzo de 2016

Oyes perros ladrar

Por supuesto, se trata de un amor desdichado. En una época de mi vida, estuve dispuesto a hacer todo por ella, más o menos lo mismo que piensan y dicen todos los enamorados. Ella rompe conmigo. Nunca más visitaré esta ciudad, pienso, porque ella ya no está aquí.
No entiendo nada. Durante mucho tiempo pienso cómo es posible que un ser humano pase de un extremo a otro en sus sentimientos, en sus deseos. Luego me emborracho. Pasan los días.
Al principio, por supuesto, sufro, pero a la larga, como es usual, me repongo. La vida, como dicen en las telenovelas, continúa. Pasan los años.
Hasta aquí la historia es vulgar; lamentable, pero vulgar.

Recibo una llamada.
-Hola, soy S. ¿Estás bien?
-Sí… Bueno, no.
-He leído eso que has colgado en Facebook
-Sí… Ya. No debería haberlo hecho. A veces hago cosas estúpidas.
S. suspira. Yo enciendo un cigarrillo y busco el texto en la pantalla. Primero he de cerrar la pestaña del navegador con todos esos culos enormes.
-¿Quieres contarme qué pasó? –dice S. Su voz suena compasiva. Oigo el chasquido de un mechero al otro lado de la línea.
-Hice el gilipollas y pagué por ello. Ya sabes: siempre que hago el gilipollas pago por ello. No me gusta tener deudas.
-Ponerte literario no hará que te entienda mejor.
Oigo un perro ladrar a través del aparato. También oigo una sirena. Alguien lo está pasando mal, pero no es el conductor de la ambulancia.
-Sólo te he llamado para ver cómo estabas.
-dice S.-. Pero si quieres lo dejamos.
Mientras hablo con S. Estoy leyendo de soslayo el texto. Parece escrito por otro. Eso no soy yo, me digo. Eso es en lo que me he convertido, pero no soy yo. Yo no era así. Yo era el conductor de la ambulancia.
-¿Sigues ahí? – pregunta S.
-Sí.
-¿Me cuentas lo que pasó?
-Ya lo has leído: una sobredosis de speed.
-Ya… ¿Por qué haces esas cosas? ¿Por qué te dejas llevar?
-Saberlo evitaría que lo hiciera. ¿Qué te parece esta frase? ¿Literaria?
El perro sigue ladrando, cada vez más fuerte, con más violencia. Ya no se oye ninguna sirena. Eso me tranquiliza. Quien lo esta pasando mal está más cerca del final. Sea cual sea.
-Te voy a dejar. No debería haberte llamado –dice S.
-De acuerdo… Oye… ¿Ahora tienes un perro?
-¿Un perro? No.
-He estado oyendo ladrar a un perro. Parecía estar cerca de ti.
-Yo no he oído nada…
-¿Seguro que no tienes un perro?
Nos despedimos y cuelgo. Pero no dejo de oír los ladridos.



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