Estoy
en casa de Marina, la que ahora también es mi casa. Y ahora soy yo quien vive
aquí. No recuerdo cómo llegué. Yo sola no habría llegado nunca. Quizás estoy
aquí gracias a Marina, ella y su fuerza arrolladora, su talento y creatividad,
su entusiasmo contagioso.
Sí,
ahora vuelvo a trabajar, un poco como antes.
A
mí lo que me gustaría es hablar de las cosas que aún me quedan, si he de ser
franca, no sé gran cosa.
La
muerte de mi hijo, por ejemplo. O la de mi madre, cada vez debo parecerme más a
ella. Me parezco tanto que he debido ocupar su lugar.
El
verdadero amor, el verdadero amor no es esto que pasa ahora. Mi verdadero amor
lo tenía puesto en otro, pero hasta he olvidado su nombre.
Aunque
hubiésemos levantado la cabeza para buscarnos con la mirada no nos habríamos
visto, demasiado espacio entre nosotros. Por eso he olvidado su nombre.
Esta
vez, y otra vez más, y después pienso que se habrá acabado todo. Es el sentido
de lo antepenúltimo. Todo se difumina.
De
modo que pienso: esta vez voy a conseguirlo, y aún otra quizás, y después todo
habrá terminado.
Se
trata de poner atención a todas esas cosas oscuras que ocurren por culpa nuestra,
y qué magia tienen las cosas oscuras. Y si pienso en los contornos de la luz, lo
hago sin melancolía.
Todo
es un camino de una soledad impresionante, en el silencio del atardecer.
Puede
ser que invente un poco, y que esté embelleciendo los detalles.
Sé que esperas un final abierto.
Sé que esperas un final abierto.