jueves, 7 de julio de 2016

Los hombres que aman dejan notas


Es un proceso que debería haber durado un año, como dice mi psicóloga, pero que ya va para tres.
He perdido fuerza en estos tres años. He perdido empuje y fe. Y algo se ha roto, también lo sé. Algo que no sé definir. Como una cuerda que me sujetase a la vida. Una cuerda que ha resultado ser más fina de lo esperado. Por eso no duermo. Por eso me despierto y fumo un cigarrillo tras otro. También bebo mucho. Generalmente cerveza y vino, a veces whisky. El primer trago me da nauseas, pero luego ya lo bebo como si tal cosa.
Es la misma película repetida una y otra vez.

El chico me contó lo que me contó, y yo bebí de mi vaso de whisky. Me sentaba mal el whisky; me sentaba fatal. Hacía que me comportara como una estúpida. Sacaba lo peor de mí. Pero en aquel momento el whisky no tuvo la culpa. Ningún juez habría condenado al whisky.
El chico me contó lo que me contó y yo lo golpeé. Le dije que era un cabrón. Uno de los peores. Le dije que saliese de mi vida, que no lo necesitaba. Y luego le arrojé el vaso. Y lo golpeé de nuevo y él me dio un bofetón . Y luego follamos, con la botella de whisky sobre la mesita de noche. Y luego dormimos.

Soñé que me casaba con él. Que lo ataba a mi vida para poder golpearle y follármelo cuando quisiera.
Cuando me desperté por la mañana el chico no estaba. Me dolía la cabeza. Miré la botella de whisky y estaba vacía. Me la había bebido a morro durante la noche. Por eso tenía tanta sed y me dolía la cabeza. Y por eso el chico no estaba.
Le había golpeado en mitad de la noche, mientras él dormía. Eso lo recordaba. Y poco más.
Fui al baño y había un postid pegado en el espejo. El postid decía: "Te amaba, imbécil. Y sabía que no debía contártelo".
Arrojé el postid a la taza del váter y luego vomité. Ni siquiera recordaba con exactitud lo que me había contado.

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