jueves, 10 de marzo de 2016

En mis zapatos



Cuando tenía 18 años fuí detenido por un atraco en el que no participé, mis dos amigos los que lo habían cometido, corrieron más que yo. A mi me detuvieron y me dieron dos palizas que casi me matan. Esposado y desnudo. Con la humillación convertida en broma. Y no canté. Asumí todo. Cargué con todo. Mis amigos murieron tiempo después de sobredosis. Yo seguí siendo el hombre que era. Un tipo de barrio, alguien que creía en la lealtad por encima de todo. Alguien que sabe quién está de su lado y quién no.

Hoy sigo creyendo en ello. He pasado el fin de semana en comisaría. He revivido todo aquello. Y, a pesar de todo, no diré nada. No delataré a nadie. No mandaré a la cárcel a nadie. Porque yo, a diferencia de otros, sí soy un hombre. Imperfecto. Loco. Equivocado. Y no un cobarde asqueroso. No un cobarde que elude pagar por sus pecados.

Los zapatos te los has de encordar solo. Y en silencio. Sin gritar. Son tus zapatos.

Echo de menos la época en la que sabía dar un puñetazo, correr sin miedo y mantener el pulso firme. La época en que las cosas no eran ni buenas ni malas, y las noches eran días, y los días una habitación pequeña. Echo de menos la época en la que no sabía llorar y era capaz de mirar a un juez a los ojos y negarlo todo.

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