domingo, 27 de marzo de 2016

Siempre acabas pagando la cuenta

El libro termina en un callejón en la peor parte de la ciudad.
De todos los amores, basta con el matrimonial, y en cuanto a los hijos, solo con los nacidos.
Importa más quién te conoce que a quién conoces.
Los viajes, solo si son al extranjero.
Los vínculos, sí, pero sin el porqué.
Las cosas que dices que harías y nunca harás.
Las promesas que haces por hacer.
Y las condecoraciones sin el mérito.
¿Qué sabrás tú de ser adulto? –le pregunté.
Encendí un cigarrillo haciendo pantalla con la mano, luego me quedé tosiendo un momento–.
En serio, creo que no sabes una mierda, y es mejor así. Ser adulto no es más que el interminable proceso de ir perdiendo todo aquello que te importa.
Naturalmente, una vez que alcanzas cierta edad, una vez que eres lo bastante mayor para considerar el mundo, no tienes más remedio que beber. Una vez que comprendes que vives en la edad de mierda, no te queda otra.
Al atardecer renuncié.
Ahora soy un capítulo.
Se te rompe el alma, se te rompe el cuerpo. Ya estás preparado para odiarme.
Estoy llena de decepciones y mentiras.
Me colocaba en silencio en su linea de visión.
Poco después la policía lo pescó desnudo tratando de alcanzar una estrella por la calle.
Tres días después lo encontraron ahorcado de una reja en una de las callejuelas inmundas que daban al Sena.


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