lunes, 12 de septiembre de 2016

Ideas fijas


Bebo con entusiasmo, con alegría, con superioridad con desprecio.
Mi cara cambia, mientras mis manos hacen girar la copa de vino lentamente.
_Él _dice Mon, indicando la mesa de fuera con la cabeza.
_Estamos hechos de una montaña de disculpas _contesto mientras lo miro.
_Ese hombre _dice Mon y sonríe.
_¿Qué más? _dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
_Cuando habla no subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona común de miedo, confusión y algunas dudas,
_Abre la boca y dispara, supongo que sabe que su sonrisa consigue hacer claudicar.
_Nos vigilábamos los pasos como animales acorralados.
_Se mueve con facilidad, pausado, suave, delicado. Me gusta como se mueve.
_Pero también se va sin contestar, ni saludar, orgulloso, con un rictus de neurosis. Y deja flotando su desdén como una nubecita. _ contesto

Mi amiga enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
_Cuéntame cualquier chiste _digo.
Se queda pensativa.
_No se me ocurren.
_¿Y tú?_pregunto.
_Lo mío es distinto _dice
_No he conseguido entablar ninguna conversación con él, parece disperso, distante, no muestra interés por nada que no sea él mismo.

Me quedo pensativa y extrañada  de que no haya mostrado interés por la biblioteca de mi amiga, una de las mejores bibliotecas de poesía americana que existen en España, cuando estoy en Cantabria muchas veces duermo en su casa, un futón en el suelo de la biblioteca es mi habitación, es algo indescriptible dormir entre las obra de  Pound, Bukowski, Carver, Whitman, Ginsberg, Elliot, William Carlos Williams, Kerouac… muchos de los libros de la biblioteca de mi amiga son primeros ejemplares o ejemplares descatalogados.
Hemos embalado parte de la biblioteca para enviar a la Universidad de Chile, el resto van a ir a la Universidad de Colorado, Kevin lo había dejado escrito en su testamento y tras su muerte Mona lo dispuso todo pera enviarlos.
Durante el verano yo misma la había ayudado a realizar el inventario.
Lo habíamos hablado varías veces, mientras estuvo vivo Kevin él no mostró interés, a pesar de que mi amiga lo había invitado en varias ocasiones a ir a La Cabaña.
_Él es huidizo, esquivo, distante _dice mi amiga.
Yo adoraba a Kevin, lo admiraba. Pienso mucho en él mientras mis dedos rozan sus libros, su biblioteca, pienso mucho en nuestra última conversación.
Nos conocimos como profesor y alumna, cuando aún era catedrático en la universidad de Alicante y yo una estudiante de Historia del Arte en la UIB.
Solía venir a Palma a dar conferencias sobre arte y poesía americana, junto con Robert Creeley y Tomás Graves, a las que yo acudía como oyente.
20 años después nos encontramos en Selaya, la situación no podía ser más surrealista.
Kevin era adorable, inteligente, elegante, culto, perspicaz, seductor.
Fue muy extraño nuestro encuentro y como coincidimos pocos días antes de su muerte.
Me encontraba en mi peor momento, quería irme de Cantabria, pensaba que no podía seguir, me asfixiaba y no tenía apenas amigos allí, me sentía muy sola.
Nos cruzamos en la plaza y  hablamos sin parar, como si tuviéramos mucho que decirnos, acabamos nuestra conversación tomando vinos en la barra de el Boliche.
Lo escuché absorta, me reconfortó escuchar a alguien a quien admiraba profundamente dándome consejos y pidiéndome que no me marchara.
Me habló de su etapa en Alicante. Había vivido allí algunos años, después recogió sus cosas para iniciar una nueva vida en Pisueña con Mon, la que iba a ser mi mejor amiga, mi hermana.

_Hacía tiempo que nadie me robaba un suspiro y él lo hizo el lunes, nos cruzamos y estaba indefenso, sin mascaras, me robó un suspiro. _contesto a mi amiga.
_Una se hace sus ideas fijas de suposiciones, se cree verdades que nadie le ha confirmado jamás.










jueves, 1 de septiembre de 2016

Nadie puede controlar los sueños que tiene

Nadie puede controlar los sueños que tiene.

Mi abuela me explicó una vez en que consiste la vida. Primero eres una niña, me dijo, después, en un segundo, estás en una cama apunto de morir y no te explicas, apenas recuerdas, qué ha pasado mientras tanto. Sólo sabes que ya se ha acabado.
La vida sería mejor si la gente se pegase de mentira como en esos espectáculos de lucha libre americana. Pero la vida no es así, lo sé. Está todo bien, pienso, aunque durante un tiempo todo el mundo pensó que no lo estaba, porque no comía, no dormía y sin embargo los médicos no encontraron ni rastro de la enfermedad que me había robado el apetito y el sueño, hasta las ganas de vivir. No era para tanto. Seguía siendo la misma de siempre, más cansada, más harta. Tal vez no necesite otra cosa, tengo mucho de todo lo demás. Imagino los brazos de un hombre alrededor de mi cuerpo y una paz que me permita dormir toda la noche, pero sé que el mundo real no tiene golpes de mentira y que los expertos no alcanzan a saber lo que se esconde dentro de todas las chicas que no sonríen ni duermen.
El médico no ha entendido nada le dije a mi madre, mi enfermedad, de haber existido, dejó de ser un problema, en cuanto crecí hasta ser lo que soy ahora, no es, ni se parece, a lo que yo quería ser. Quiero a todo el mundo, a gente de África que no conozco, a los niños pobres que no tienen nada, incluso pensé por un tiempo, más de una semana, adoptar uno. La idea perdió toda fuerza. Mis ideas pierden fuerza a menudo. Es uno de mis defectos, mis ideas se desvanecen. Imagino fiestas en las que no conozco a nadie. Presentaciones de libros que no he leído, o inauguraciones de artistas muy famosos de los que jamás he oído hablar.
Me gustan las faldas ceñidas, los zapatos de tacón, y los jugadores suplentes.
El cine que empezó siendo una parte de mi vida ha terminado por ser mi vida entera, el último reducto en el que protegerse de todas las demás confusiones.
Han muerto las distancias, las precauciones, el vértigo, el arte por el arte, el cine por el cine. Hay que sentir en el estómago, en los huesos, en el corazón.
Y el resto de mujeres, de mentira, que caminan deprisa sin saber bien adónde, entre el desamor y el taxi.
Me trae recuerdos de la gente que fui. Sin nostalgia, sin ira, imágenes nada más.
Creíamos tanto en el arte (pero creíamos de veras), no en el arte al servicio del hombre, sino en el hombre al servicio del arte.
La energía que derrochábamos no nos impedía ver la ironía implícita en la pelea. No las llamábamos películas, lo llamábamos cine.
Habría que dejar la vida tranquila, la realidad se basta sola.