domingo, 6 de septiembre de 2015

¿Cómo saber que quieres vivir?



En cuanto acababa el turno lo único que quería era emborracharme y seguir tirando como fuera.

Bajamos caminando por el West y vi el edificio por el costado con el agua golpeando sus pilotes.

Advertí algo en las olas, algo que subía y bajaba. Era una persona que estaba en el agua, un hombre.

¿Aquí nada la gente? Pregunté.

-No me parece que esté nadando- dijo Alex.

Levanté los brazos y los agité para llamar la atención del hombre.

-No sabe nadar- dijo.

El hombre apenas podía mantener la cabeza por encima de la superficie del agua. Sólo se le veía la cara, y con el oleaje, el agua le cubría una y otra vez.

-Se va a ahogar.

Alex se quitó la chaqueta, había que salvar a aquel tipo.

-Llama al 112- dijo.

Marqué el número, la operadora me dijo que no podía enviarme a nadie si no le daba la dirección. Estoy junto al Dique del Oeste, entre el Paseo Marítimo y la Vía de cintura. Un hombre se está ahogando. Necesitaba el nombre de la calle. Yo repetí una y otra vez lo que había dicho antes. Debió llamar a alguien porque empecé a oír sirenas, cada vez más cerca.

Llegaron los bomberos, se oia su radio, el roce de sus chaquetas y botas. El camión repiqueteando en punto muerto.

-¿Hay un tipo en el agua?- me preguntó uno de ellos, con deje nasal y plano, sin dejar de mirarme la entrepierna y el cuello.

Alex había encontrado un trozo de cable, había hecho un lazo con él y había logrado enganchar al hombre por la cintura, pero no podía sacarle.

El hombre llevaba un montón de capas de ropa y pesaba.

Cuando llegamos los bomberos y yo, Alex estaba tirando del cable, intentando mantener el hombre a flote. Los bomberos fueron tomando posiciones para hacerse cargo de la situación.

El hombre nos miró, y vi en su rostro una expresión de confusión y tristeza, entendí entonces que le habíamos interrumpido: había intentado ahogarse. Ahora nos miraba vivo sin remedio, envuelto en las ropas empapadas.

Parece que uno necesita vivir la experiencia de la muerte para saber que quiere vivir. O que no quiere vivir.

La mirada del hombre decía que él no quería vivir, pero había tenido que llegar a aquel extremo para darse cuenta.

Los bomberos habían lanzado una soga adecuada para sacarle, y lo estaban haciendo, poco a poco.

El hombre goteaba como esos coches que rescatan en el extremo del muelle en las películas de policías de la tele.

Drip-drip-drip.

Cogí la chaqueta de Alex.

-Vámonos- dijo él.

Los acontecimientos de aquel primer día que salí con Alex, la extraña y distante intimidad, el hombre que casi se ahoga...

Todo ello eran dos lineas cruzadas que forman una X, y esa X nos mantenía unidos.

Alex me acompañó a casa, me besó en la cabeza y dijo que se iba a quedar allí, en la calle, en la puerta, hasta que fuera hora de verme de nuevo.

Subí a casa y me di un baño, miré la luz a través de la ventana.

Somnolienta y con la piel enrojecida por el baño caliente, miré por la ventana.

Alex se había marchado. Yo no esperaba que se quedara allí de pie toda la noche y, sin embargo, una parte de mi era capaz de animarse con fantasias absurdas y sentir la decepción al comprobar que él se había ido a casa.

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