sábado, 27 de febrero de 2016

LA TRAMPA



Desde hace años me despierto tres o cuatro veces cada noche. Al principio me angustiaba. Luego ya no.Ya sabía que formaba parte del proceso. Me quita el hambre y me hace estar de mal humor. Como si estuviese esperando que algo aún más grave fuese a suceder de un momento a otro. He perdido fuerza, empuje y fe. Algo se ha roto para siempre, también lo sé. Algo que no sé definir. Como una cuerda que me sujetase a la vida. Una cuerda que ha resultado ser más fina de lo esperado. Una cuerda mal trenzada. Por eso no duermo. Por eso me despierto y salgo al balcón a fumar un cigarrillo tras otro.

Creo que hay un momento en el que da igual todo. Ese momento en el que traspasas una puerta sin retorno tras la cual da igual quién seas, porque ya no eres nadie.

Quizás los demás sepan algo que yo no sé.

Bueno, está ese chico, sí. Quiere que vivamos juntos porque dice amarme y querer compartir su vida conmigo. Sí, es otra puerta. Quizás lleve a algún sitio. Quizás haya más mundos. Pero no sé si quiero explorarlos. Todas las relaciones se parecen de una forma desesperante.

Es la misma película repetida una y otra vez.

Ninguno ha sido capaz de dejarme sin argumentos. Soy muy cabrona. Los pongo a prueba. Les hago preguntas trampa. Preguntas cuya respuesta ya sé. Pero he aprendido a ver más allá de esas respuestas; a hurgar en busca de la verdad. A saber cuándo me están mintiendo; cuándo intentan dárselas de algo; cuándo tratan de parecerme interesantes. Todo es un juego. Un juego que me aburre. Un juego en el que no quiero participar.

El reloj acaba de dar las cuatro de la mañana. No hay nadie en la calle. Y yo sigo aquí vigilando mi vida. Pero no pasa nada. Todo está tranquilo. La gente duerme en sus camas creyendo amarse. Creyendo que, vayan como vayan las cosas, siempre habrá alguna puerta esperándoles. Creyendo en el amor, la pareja, la vida.

Creyendo en algo.

Sólo despertarán cuando sea demasiado tarde.

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