lunes, 5 de octubre de 2015

Salvar el mundo



No quiero que se compadezca de mí.

No quiero que vea como soy cuando hago algo por primera vez.

En público soy, siempre, el producto acabado. La persona correcta, en el lugar correcto.

Me encantaría que me salvaran, que alguien me dijera lo que debo hacer. Improvisar resulta agotador.

Él no era guapo ni alto. Le temblaban las manos. Pero cuando se emocionaba, veías latir su corazón bajo la camisa: Y cuando la conversación se aceleraba oías los engranajes de su mente, era brillante.

La primera vez que lo vi, fue en un pub, discutiendo con un tipo que alardeaba de fumar ochenta cigarrillos diarios.

_Pero ¿quién es el gilipollas que los cuenta?_preguntó.

Él fumaba con ceremonia, como si cada cigarrillo contuviera oro.

Había entrado en el pub más de una hora tarde, como un juez que entra en la sala del tribunal. Era obvio que allí era donde se harían los negocios, también el teatro del corazón, donde ocurría todo.

Cuando nos presentaron me saludó con una inclinación de cabeza.

_Te presento a María _insistió mi amigo.

_Encantado de conocerte.¿Nos castigamos un poco?¿Con Ginebra, por ejemplo?

Tenía una sonrisa radiante. Cuando sonreía, era como si en toda su vida jamás hubiera deseado nada tanto como estar sentado a aquella mesa conmigo, fumando y charlando. Hablamos de la vida, la locura, de la pobreza, de nuestros árboles favoritos...

Y en veinte minutos supe que lo único que quería hacer era estar cerca de él.

Le conté que quería salvar el mundo.

Decidimos ir a otro sitio, deambulamos por las calles, nos sentamos en una acera y contemplamos la silueta de los edificios.

Llegamos a su concierto una hora tarde cogidos de la mano.

La sala estaba abarrotada, me quedé en un rincón al borde del escenario.

Durante las primeras canciones intenté contenerme, pero a la tercera canción empecé a llorar, sus canciones eran frágiles, asustadizas.

Me reconocia en ellas despertando de madrugada, sentada en mi cama, sola.

<<Solo/ en una casa en llamas/ dicidiendo quien saldrá el último>>

<<Somos la caballería/ la bondad es una herida/ y a la hora de cerrar/ lavamos la sangre/ con el pelo empapado en vino>>

Tuve que tragar saliva, estremeciéndome en silencio.

Hubo un momento que me miró y me vió llorar, y pareció que vacilaba. Pero entonces le sonreí, y él sonrió también, y retomó aquel coro tristísimo.

En ese momento comprendí que amaba a aquel hombre sucio, feo y locuaz, que deambulaba por la ciudad, persiguiendo luces y risas; y que luego por la noche, subía al escenario, se desabrochaba dos botones del chaleco con aquellos dedos torpes que empuñaban la guitarra y te mostraba el corazón.

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