A veces le costaba aceptar que la mujer que estaba en su cama no estuviera ahí por equivocación.
A veces salía de su cuarto, se asomaba y se volvía a asomar incrédulo de que hubiera una mujer ahí desnuda esperándolo.
Valió la pena, cualquier pena.
Y comenzó a acariciarla de nuevo curva a curva.
A la hora de cumplir con las exigencias de la vida, lo que perciban mis sentidos.
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