domingo, 26 de julio de 2015

Todos nuestros secretos deberían haber muerto



El día que todo iba a cambiar ya empezó mal. Me quedé dormida, me quemé la lengua con el café, estampé mi coche contra un bordillo y llegué una hora tarde al trabajo.

Todo el barrio se ha ido de vacaciones, y aquí estoy, en la ventana, mirando la luna menguar, igual que yo, otra vez más. Sólo una familia se ha quedado a resolver a gritos sus diferencias. Recuerdo que yo nunca discutí y eso hace que me sienta igual, pero distinta. Tal vez mejor. La luna no, pero las luces del otro lado de la ciudad me observan como luciérnagas y se preguntan qué diablos hace alguien como yo escribiendo estupideces a estas horas, en la ventana.

Y cuando llueva –y lloverá mucho–, yo seré la lluvia y tú serás el suelo.

Sólo las nubes te acompañarán siempre. No serán siempre las mismas nubes, pero tampoco tú serás siempre el mismo.

Te dije: Haz con mi corazón lo que quieras. Querías hamburguesas.

He intentado no dejar nada de mis cosas. Cuando salga por la mañana dejaré las llaves dentro y cerraré de golpe. Perdóname si encuentras algo que no desearías ver. No importa cuánto camino hayas recorrido, cada día te sentirás un poco más lejos de mi. Al final de tu día verás que no existe el día. El dolor se hará dueño de todo, por primera vez. Iluminará tu trayecto con luces muy rojas. Al final de tu día tu cuerpo será tu cárcel, al final de tu cárcel no te esperará nadie. Es importante que el miedo no mate tu instinto.





No importa cuánto dure la vida, el curriculum ha de ser breve.

No hay comentarios:

Publicar un comentario